Yo la conocí esa tarde, ella reía y se balanceaba, creo que desde ese día la comencé a atesorar en mi memoria.
Terminado el verano, a la vuelta del descanso, de ese largo descanso veraniego, nos volvimos a reunir, pero fue tan diferente, habíamos cambiado, no éramos los mismos, nos llamaba la atención nuestras formas y nos comenzamos a mirar distinto y hacernos preguntas tontas sobre lo que haríamos con nuestras vidas al madurar.
Ella se vio a si misma, bajo la cabeza y se fue. No se despidió, y una enorme tristeza nos golpeo a casi todos.
Se sintió tan horrible, tan diferente y observada, que se escondió por largo tiempo. Nunca más la volví a ver, recuerdo que su dulce sonrisa me alegraba y alentaba cuando quería echar mano de los viejos tiempos.
Ella murió esa misma tarde, de pena pensé, de rabia, porque se fue, porque. Siempre que la recordaba lloraba en silencio su ausencia.
Ella se durmió una tarde de invierno, y mágicamente renació, rompió su teloso sepulcro, y sus alas de tonos violeta y anaranjado surcaron los cielos en busca de un lago donde pudiese verse. Se poso sobre una hoja y miro su reflejo en aquel tranquilo y cristalino lago. Lloro de emoción, por fin era bella, delgada, no mordería mas el polvo ni se arrastraría más. Por fin podría conocer lugares nuevos, otros amigos, donde fuere conquistaría, se sentía tan bien, una ganadora en toda su dimensión.
Voló hasta el cansancio, durmió en muchos lugares diferentes, con o sin compañía, no le importaba romper corazones total pensaba, ya me habían roto el corazón a mi.
En una de sus salidas diarias, conoció a quien fuese su pareja más estable. Fue una relación bella que dio sus buenos frutos, uno de ellos, el más importante, su hijita. Todo estaba perfecto, todo era como aquellos días de niñez, con un sol inmenso y el pasto mas verde y mas amplio.
Sin mayores explicaciones, su gran amor se marcho escondido bajo un cielo más negro que sus intenciones. Se hecho a volar y la abandono.
Algo se rompió en su corazón, tan fuerte y tan estruendoso fue el sonido del quiebre que sus bellas alas se dañaron de una manera indescriptible.
Pasaron los años, y mientras su hija crecía, ella cada vez se acostumbraba a estar mordiendo el polvo nuevamente. Lo hacia con orgullo, lo hacia por su hija, pero en su interior guardaba la rabia y el dolor del castigo sin previo ataque, la violencia oculta del destierro.
Hace una semana la volví a ver, no la reconocí de inmediato, pero tenia la misma mirada que conocí, una mirada alegre y una sonrisa inmensa, no lo pude evitar y la aborde, creo que nos enamoramos, creo que fue demasiado intenso, tanto así, que ella quiso volver a volar, tenia tantas ganas de emprender el vuelo, tantas ganas de irse con un compañero de verdad. Ella me había cambiado la vida en 3 días.
Se preparo, y cuando intento levantar sus alas el temor la consumió, se volvió débil sus rodillas se flectaron solas y cayo de bruces al suelo llorando y preguntándose porque, porque tenia tanto miedo de volver a volar.
Su miedo e impotencia, mas mi insistencia por emprender el viaje, colmaron sus deseos y se rindió.
Deja que pase el tiempo, quizás así pueda sanar mis alas, fue lo ultimo que le escuche decir.
Déjame sanar mis ansías, no te voy a presionar, fue lo ultimo que ella escucho de mi.
Nos distanciamos y nunca volví a saber de ella.
Debe haber muerto pensé, igual que la ultima vez.
Todavía recuerdo su sonrisa cuando jugábamos de niños, en verano, con ese sol inmenso, tan inmenso como el amor que por ella sentí y que jamás le pude declarar.